El 23 de marzo de 1919, en la ciudad de Milán, unas docenas de presentes que con los años se sintieron padres fundadores, camisas viejas y negras, asistían a un discurso que ofrecía el director del diario Il Popolo d’Itàlia, un desconocido Benito Mussolini. Con su tradicional pose impresionó al auditorio: el gesto adusto, las manos a la cintura, les piernas abiertas, su voz fuerte, el brazo en alto haciendo el saludo romano. Se estaban fundando los Fascis de Combattimmento (Fascios de Combate) mientras se leía el Manifiesto Fascista que daría lugar en 1921 al PNF (Partido Nacional Fascista). Se caracterizaba por su oposición al liberalismo y al comunismo, al tiempo que la violencia era inseparable de su ideario. Una violencia fraguada en la guerra de trincheras e intrínsecamente vinculada a los veteranos de la Gran Guerra (1914-1918) que desempeñaron un papel crucial. Eran gente frustrada, con graves problemas para adaptarse al regreso a la normalidad. Se colocaron la camisa negra y pasaron a engrosar los fascios. Ellos fueron acabando con la oposición socialista y comunista.
Los ecos del nacimiento del movimiento fascista en Italia se vivió con gran expectación en ciertos ambientes empresariales y militares catalanes proclives a ver en el futuro dictador italiano un ejemplo de lo que podría ser el “cirujano de hierro” que necesitaba España. Desde las plumas de los publicistas de la patronal, principalmente, se puso de manifiesto cómo, en un primer momento, el fenómeno del fascismo causó una gran curiosidad y un fuerte impacto. Es cierto que no estaba exento de una cierta desconfianza, hay que señalarlo, dado que los fascistas solían utilizar en sus declaraciones una verborrea en muchos casos ribeteada de toques anticapitalistas, pero incluso desde las mismas plumas que desconfiaban de la ambigüedad del movimiento se aplaudía de forma rotunda algunos elementos de su ideario que encajaban perfectamente con los de cierta parte de la patronal del momento.
Xavier Casals, historiador especialista en la extrema derecha española, señala en su blog que el Sindicato Libre fue el primer fascismo español: “Hace 90 años nació en Barcelona el primer fascismo español. Su promotor fue Ramón Sales Amenós, un carlista de acción leridano, nacido en La Fuliola, que pasó a la historia por fundar oficialmente en octubre de 1919 el Sindicato Libre. Esta organización se enfrentó a tiros a la poderosa Confederación Nacional del Trabajo [CNT] en el marco de una “guerra social” que conmocionó Barcelona. El Libre logró un importante protagonismo en los años veinte, pues bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930) se extendió por toda España como Confederación Nacional de Sindicatos Libres [CNSL] e igualó en afiliados a la Unión General de Trabajadores [UGT] socialista. Así, en 1929 la organización dirigida por Sales tenía 197.853 miembros y más de un 40% residía fuera de Cataluña (unos 81.000).
Definir si el Libre fue o no un sindicato fascista no va ser objeto de debate en este escrito. Pero aquí sí se va a poner de manifiesto en qué momento apareció en Barcelona, cuándo se fundó en Igualada, quiénes fueron los trabajadores que lo impulsaron, en qué ramos industriales el sindicato tuvo un mayor protagonismo y, por último, se va incidir que el hecho de que cuando los empresarios igualadinos percibieron que los Libres no se avenían a sus intereses, se sumaron al discurso iniciado en Barcelona que apostaba por una sindicación única y obligatoria, en el fondo el corporativismo.
A su nacimiento concurrieron padrinos
No era la primera vez que ocurría, ni sería la última, porque tradicionalmente no toda la clase obrera ha estado politizada, pero sí ha necesitado un paraguas que la protegiese de los vaivenes de la coyuntura económica. Es por ello que cuando la CNT fue clausurada durante el locaut que tuvo lugar en Igualada a finales de 1919 y principios de 1920 muchos obreros se sintieron huérfanos e incrementaron las filas de los Sindicatos Libres.
“Por eso nació el primer Sindicato Libre, por ello nosotros, trabajadores que estuvimos afiliados al Único, en un día de gloriosa dignidad de hombres libres, rompimos las amarras que nos sujetaban al mismo, aún sabiendo que nuestra vida podía ser ofrecida en holocausto de los ideales, por que un futuro íbamos a luchar”.
¿Cuándo surgieron los Sindicatos Libres? Aparecieron en Barcelona durante la emblemática huelga de La Canadiense de principios de 1919, pero se dieron a conocer el octubre siguiente en un mitin fundacional celebrado en el Ateneu Legitimista de la ciudad condal (los formaron alrededor de un centenar de obreros tradicionalistas). El movimiento apareció de la mano de un grupo carlista radical de Barcelona: jóvenes trabajadores y dependientes de comercio con una ética de obrerismo, violencia y política revolucionaria anti-izquierda. Su presidente, Ramón Sales Amenós, muy joven (diecinueve años), y de extracción humilde, trabajaba como dependiente de comercio. Venía de la militancia anarcosindicalista, había estado afiliado al Sindicato Mercantil de la CNT. Los Libres aparecieron cuando Milans del Bosch, capitán general de Cataluña, imponía su mandato sobre la ciudad condal y estaban apadrinados por otro militar, el comandante Bartolomé de Roselló, que había llegado a Igualada en febrero de 1920 por mandato del Gobierno Civil para negociar el fin del cierre patronal. Desconocemos el papel que Roselló tuvo en la fundación de los Sindicatos Libres igualadinos, pero como decíamos estaba detrás de la aparición de estos sindicatos, que surgieron por primera vez en Barcelona.
Todo indica que los Libres contaron con el beneplácito de las autoridades civiles y militares. Sobre todo gozaron de la protección del general Severiano Martínez Anido, gobernador militar de la provincia de Barcelona aquella primavera de 1919 y gobernador civil desde finales de 1920 hasta octubre de 1922. Durante el mandato de Martínez Anido los Libres experimentaron un gran crecimiento, mientras la CNT permanecía clausurada y sus militantes eran perseguidos o caían asesinados por la aplicación de la llamada «ley de fugas». Esta era la política dura que Anido llevó a cabo, la política que dimanaba de Gobernación Civil de Barcelona tolerada por el Ministerio de Gobernación. Roselló era el encargado de administrar la otra cara de la moneda, la «zanahoria». Consiguió poner fin el locaut de Igualada, y, en Barcelona, desde su cargo oficial, de 1920 a 1923 ejerció de árbitro entre patrones y obreros en litigio y consiguió que en muchas ocasiones los trabajadores se beneficiaran de su actuación.
Se tiene constancia que Roselló intervino también en la comarca del Alt Penedès, siendo el principal protagonista en la implantación de unos comités paritarios. Y sabemos que, en marzo de 1923, algunos militares y unos cuántos civiles, probablemente relacionados todos ellos con el tradicionalismo, se reunieron en el Casino Militar de Barcelona, y que entre los presentes se encontraba Roselló. Allí se decidió fundar un «fascismo a la española» y asentarlo sobre las bases que formaban los Libres. Se equiparaba a los sindicalistas del Libre con los hombres que nutrían el fascismo italiano. En estos momentos los del Libre ya habían dado muestra de su posición obrerista frente a la patronal, pero los militares veían con simpatía un movimiento que consideraban valiente «porque es irresponsable por menor de edad y por lo mismo es atrevido, es seguro que dará juego».
No contamos con testimonios fehacientes que permitan hablar de un compromiso explícito de la patronal con el nuevo sindicato, pero todo indica que los empresarios les ofrecieron apoyo después de tomar conciencia de lo útil que podía resultarles si conseguían acabar con la hegemonía anarcosindicalista. Dado que para la patronal el hecho de tener como interlocutores a los confederales era una fuente de problemas, se apostaba porque la negociación laboral fuera discutida por los sindicatos (por el sindicato único patronal (la Federación Patronal y el sindicato único obrero, la CNT), sin la intromisión estatal, era imprescindible que frente al sindicato patronal hubiera otro tipo de sindicato obrero, que permitiera negociar sin tropiezos. En cuanto a los Sindicatos Libres, es probable que su ideología, cambiante y poco elaborada, y la retórica obrerista de que hacían gala resultase inquietante a determinados sectores empresariales. Cabe destacar que el discurso de los Libres tenía un tono anticapitalista y era de una gran ambigüedad (algo común a los movimientos fascistas). Pero esta percepción quedaba minimizada porque era evidente que el nuevo sindicato comportaba un encuadre diferente al imperante. Desde su aparición intentó combatir la hegemonía de la CNT y se abocó a la violencia. Principalmente en Barcelona, la acción de sus pistoleros fue sistemáticamente sufrida y contestada por los anarcosindicalistas y por terroristas vinculados a la CNT. Por lo tanto, un cisma que viniera a romper el monopolio del Sindicato Único de la CNT y estabilizar las agitadas relaciones laborales debía ser bien recibido por la patronal.
Los Libres se fundan en Igualada
El final del locaut en Igualada, en febrero de 1920, coincidió con una situación económicamente difícil para los empresarios, y a medida que fue avanzando el año las noticias que llegaban de Europa que hablaban de estallidos revolucionarios no eran nada halagüeñas. La tendencia a la baja de los precios se hacía sentir sensiblemente, al tiempo que la producción se iba estancando. Esto favorecía un aumento importante del paro, que alcanzó unas cuotas alarmantes. El ambiente de malestar generalizado fue un ingrediente importante que propició la caída de Manuel Allendesalazar de la presidencia del gobierno. Fue sustituido por el también conservador Eduardo Dato. Al ocupar el poder, Dato empezó a llevar a cabo una serie de medidas de reformas sociales: creó el Ministerio de Trabajo, otorgó la libertad a los obreros detenidos en Cataluña, levantó la clausura contra el sindicato confederal y mandó que cesara la censura de prensa.
En abril de 1920 la CNT permanecía aún en la clandestinidad. Con el sindicato clausurado y bajo las secuelas del sufrimiento que causó el largo cierre patronal, muchos obreros habían roto el carné confederal. En muchos lugares de Cataluña el terreno estaba abonado para la aparición de un nuevo tipo de sindicato que intentara acabar con la hegemonía de la CNT.
Los Sindicatos Libres se fundaron en Igualada un radiante día de mayo de 1920. Su junta directiva estaba formada sólo por hombres; no había ninguna mujer. Allí, en la mesa, Pere Botet y Riba se alzó con la presidencia. Por su parte, Camil Cortés y Puigdengoles ocupó la vice-presidencia. El resto la formaban: Lorenzo Torrent y Albert, Francisco Clotet y Brunet, Rosend Portales y Cuenta, Joaquim Planas Font, Pere Serarols y Mir, Ramon Lladó y Oller y Antoni Perramón y Soteras. Más tarde, formaron parte Rafael Valls y Francolí, Josep Badia y Rabat, Carles Jubert y Solé, Antoni Colet y Martí, Pere Fàbregas y Costa, Marià Prat y Lliró y Manuel Solà y Vidal. Cabe destacar la práctica ausencia de sindicalistas de origen castellano entre los dirigentes de los nuevos sindicatos: casi todos los miembros de la junta directiva tenían los apellidos catalanes. Situaron su domicilio social en la calle San Carlos, número 15, 2º.
Los Libres tenían un campo abonado entre ciertos sectores del mundo obrero, de fuertes raíces tradicionalistas, vinculados a los círculos católicos y los sindicatos profesionales. Podían ocupar los espacios de otros segmentos cuya cultura los hacían más receptivos a sus postulados que al discurso de confrontación de clase de la organización anarcosindicalista. Fracasada la iniciativa de articular un gran número de obreros en sindicatos católicos profesionales, los Libres aparecieron como un ensayo alternativo más al monopolio sindical que estaba forjando la CNT en Cataluña. Nacían, pues, con el afán de contrarrestar la influencia de los anarcosindicalistas entre los trabajadores. Los nuevos sindicatos predicaban las excelencias de la moderación, del gradualismo no revolucionario y del sindicalismo estrictamente profesional, obrerista y apolítico. En sus memorias, Joan Ferrer, líder de la CNT de Igualada, declaraba que en la ciudad los Libres tuvieron una actuación relativa. Sin embargo, en el archivo municipal de la ciudad se conserva una importante documentación que indica que, como mínimo, de propaganda hicieron mucha.
Fuentes del sindicato señalaban que los Libres tenían una presencia notable entre los trabajadores masculinos más cualificados del ramo del textil, como los contramaestres y los trabajadores del ramo del agua. Pero lo cierto es que se denominaban Unión Profesional de Oficios Varios, Sindicatos Libres, lo que evidencia su voluntad de abarcar todos los ramos industriales de la ciudad. De hecho, los Libres afirmaban contar con la afiliación de los curtidores -tradicionales líderes del anarcosindicalismo en la ciudad-, pero los documentos no permiten avalar esta aseveración. No sabemos la influencia que tuvieron entre las obreras del textil, que formaban la gran mayoría de los trabajadores del sector, pero si podemos afirmar que desplegaron una propaganda considerable para atraerlas. Es cierto, sin embargo, que los Libres representaban los intereses de cada día de una amplia banda de la clase trabajadora, sobre todo cuando la CNT estaba clausurada. A lo largo de estos meses, los militantes de los Sindicatos Libres igualadinos repartieron una gran cantidad de octavillas, organizaron mítines e iniciar huelgas. Según acusa Ferrer, en algunas ocasiones ejercieron también la violencia física contra los cenetistas; destaca, por ejemplo, que intentaron matar al dirigente sindical anarcosindicalista Joan Fabregat, de oficio curtidor.
La mayor parte de los documentos propagandísticos estaban escritos en lengua castellana, pero también había otros escritos en catalán. El dirigirse a los obreros en los dos idiomas era una táctica que permitía la asimilación de un mayor número de afiliados. En agosto se abrieron las listas de inscripción y los militantes comenzaron a recibir un carné en el que ponía el lema: «Justicia y Libertad». Los promotores de la nueva modalidad de sindicatos declaraban que habían organizado porque estaban hartos de la «tiranía y esclavitud en que nos tienen sometidos sedicentes redentores nuestros». Decían que se unían contra la tiranía patronal, que decretaba locauts, pero también contra la tiranía del Sindicato Único obrero, que declaraba huelgas salvajes. Acusaban que los dirigentes cenetistas no necesitaban trabajar para que vivieran de las cuotas de los asociados. Utilizando un tono posibilista, ofrecían unas contribuciones más bajas (0,25 pesetas por los obreros y 0’10 por las obreras y aprendices) y decían que, en caso de huelga, los fondos del sindicato se repartirían entre todos los afiliados equitativamente, sin distinción. Se declaraban libres de ninguna afiliación política y religiosa, aseguraban que querían construir una sociedad más justa que la actual y afirmaban pretender poner fin a dos tiranías: la patronal y la anarcosindicalista.
En este caluroso verano de 1920 por las fábricas, talleres y calles igualadinos volaban una gran cantidad de octavillas instando a los trabajadores a incorporarse a sus filas:
«El obrero que no esté sindicado quedará siempre a merced de todas las injusticias sin fuerzas para rechazarlas y falto de recursos para hacer que prevalezcan sobre legítimos derechos ante el egoísmo de los patronos y la explotación de los compañeros. Dos son las corrientes de opinión que aspiran a dirigir la clase trabajadora: el Sindicato Único y el Sindicato Libre. Aquellos para comprar la libertad del obrero con Vuestro dinero. Estos para redimirle de la esclavitud. Nosotros damos un carné que es el símbolo de la Justicia y de la Libertad. Ellos hacen comprar un carné que es el título de vuestra esclavitud».
«A vosotros, hermanos de trabajo y de infortunio, nos dirigimos otra vez, impelidos solamente y exclusivamente para una finalidad noble y grande, que nos obsesiona y enardece: y es el mejoramiento social, bajo todos aspectos, suyo y nuestro, ya que todos forman parte de esta gran familia, que se dice «Clase Obrera». Digna, de mejor suerte, se ve hoy, como siempre, vejada y oprimida, baches la férula ominosa de la egoísta burguesía, y tiranizada por estos Santones del Sindicato Único, que se erigen en Nerón de la más negra y nefanda esclavitud.
¿Qué hacer, pues, frente a estos dos enemigos nuestros? ¿Cruzarnos de brazos y ponernos al retraimiento? De ninguna manera. Debemos sindicarnos. La sindicación, en el tiempo presente, se hace absolutamente necesaria. El esfuerzo de un hombre solo es tan débil que difícilmente consigue nada, el esfuerzo de muchos, mancomunado, tiene una potencia irresistible; el hombre, no sindicato, es considerado por la burguesía como un juguete, y por los compañeros de trabajo, como un ser despreciable».
«La sindicación en los tiempos actuales en los que la codicia y egoísmo desenfrenados de la burguesía son general si la lucha de clases tan feroces y encarnizada, es no sólo de conveniencia, sino que se hace absolutamente necesaria, ya que el obrero, solo, es impotente para hacer prevalecerán sus derechos. Nuestro sindicato será, compañeros, nuestra casa solariega, donde compartiremos nuestras angustias y nuestras alegrías; donde comentaremos nuestras derrotas y celebraremos nuestras victorias; donde respiraremos a pleno pulmón, disfrutando exuberancia de vida. ¡Obreras y obreros! Ha llegado la hora tan suspirada de despegar por encima de nuestras cabezas la bandera de redención. Por sagrado lema de Trabajo, Libertad y Justicia, que es nuestro lema ¡venid todos! ¡Arriba los corazones! ¡¡Viva la emancipación obrera!! «.
Los sindicalistas de los Libres se manifestaban contrarios a locauts patronales, pero también a las huelgas sistemáticas. Aseguraban que el Libre actuaba como un ejército disciplinado y aguerrido, y que contra lo que decían sus adversarios sus militantes formaban una legión. En ciertos momentos, el lenguaje de sus escritos estaba teñido de un tono de combate y de amenaza contra los anarcosindicalistas:
«En las Alianzas seremos fiel. En la lucha sabremos vencer como valientes. Con la traición implacables. ¡Viva la libertad del obrero! ¡Mueran los tiranos!».
«Somos potentes y disciplinados. Si nos dan motivo aplicamos la ley del Talión, pero con creces. A un pacto de hambre responderemos con dos, a una amenaza, con otra igual, a una coacción, coaccionando peor y, cuando no contamos con medios contundentes y eficacísima para defender nuestros derechos y administrar justicia. Estamos dispuestos a no dejar impune ningún atentado en contra de los nuestros. Caiga quien caiga y llore quien llore. Esta es nuestra entusiasta y profunda resolución. Queremos que se nos reconozca beligerancia y lo conseguiremos; sin embargo, afirmamos solemnemente, que nunca seremos obstáculo para las reivindicaciones puramente obreristas; es más, en determinados casos, si quieren nuestros adversarios, podremos pactar una inteligencia circunstancial, aunando esfuerzos y voluntades, para mejor éxito de nuestras pretensiones”.
«Somos fuertes, disciplinados, formados en el fragor de los combates y sabremos perseguir a la fiera hedionda hasta sumirla en su madriguera».
El predominio en la industria textil
Unos meses después de finalizado el cierre patronal, Federico Carlos Bas sustituyó en la dirección de gobernación civil de Barcelona el conde de Salvatierra, en unos momentos en que la provincia de Barcelona estaba sometida a una grave crisis económica que provocaba muchos disturbios en el mundo laboral.
Los obreros igualadinos sufrían la crisis económica sometidos a las presiones de una Federación Patronal férreamente organizada, con el Sindicato Único obrero clausurado y con un gobernador civil que castigaba con mano dura cualquier indicio de reorganización. Aquel era un ambiente propicio que favorecía el crecimiento y la preponderancia de los Sindicatos Libres. A lo largo de estos meses, los Libres crearon algunos problemas entre el empresariado, sobre todo en el sector del agua (constituido principalmente por hombres), como explicaba Boletín, órgano de la Federación Patronal de Igualada:
«El Sindicato Libre fue adquiriendo en nuestra ciudad un predominio extraordinario, especialmente en el arte textil. Esto motivó una serie de demandas en el ramo del agua y algunos conflictos parciales que fueron resueltos con relativa facilidad”.
En enero de 1922, firmadas por Martí Ramon, el sindicato del ramo del agua adscrito a los Libres presentó unas bases a la patronal. Se estaba negociando un aumento de salarios y los hombres del Libre querían hacer conocer a los empresarios su buena voluntad de colaborar. En estas bases se hacía una distinción entre obreros buenos y malos, y se señalaba una serie de puntos cuyo cumplimiento sería indispensable para acceder a un puesto de trabajo. Era claramente un caso de imposición a la patronal: Las normas no permitían los casos de alcoholismo, los escándalos o la perturbación del trabajo, los actos de sabotaje, el no tener cuidado de los géneros que se elaboraran y los casos de robo. Evidentemente estas cláusulas estaban en la línea de las que marcaba la patronal, pero en las bases había un punto de discrepancia: los Libres oponían de lleno a una de las reivindicaciones claves de patrones organizados: defendían que el contrato de trabajo no sería individual, sino que se firmaría entre el patrón y el Sindicato Libre, y que siempre se haría por escrito.
Entre estos puntos que los Libres imponían a sus patronos se oponían totalmente a las que propugnaba la CNT: por un lado, la que insistía en que la organización y distribución del trabajo pudiera quedar como competencia del dueño o encargado, no en manos de los obreros delegados de fábrica. Por otra parte, la que aceptaba lo que había solicitado la patronal para poner fin al cierre patronal: si las circunstancias o exigencias del trabajo lo hicieran necesario, los patrones podrían decidir que se trabajara unas jornadas laborales superiores a las 8 horas (siempre que el Sindicato no tuviera muchos afiliados en paro forzoso), no pudiendo exceder de 10 horas diarias. Estas horas se considerarían extraordinarias y serían retribuidas con un aumento del 100% de la remuneración que el obrero percibía por su jornada normal (en Igualada se pagaban el 50%). Las bases indicaban que el obrero que estuviera obligado a hacer el servicio militar debería tener el trabajo asegurado a la vuelta, y que en caso de accidente de trabajo percibiría el jornal íntegro. Apuntaban, también, que los patrones deberían respetar la bolsa de trabajo del sindicato. Los Libres querían crear un fondo, con el que socorrer a los compañeros en caso de desempleo o invalidez, que se nutriría de los beneficios obtenidos mediante una medida: los trabajadores recibirían un céntimo de peseta por cada metro de pieza. Finalmente, las bases estipulaban también el salario semanal fijo, no a destajo. Las cifras seguían poniendo en evidencia la explotación a la que estaba sometida la mujer obrera. Para ella -y por aprendices- a las bases se pedía un salario de 30 pesetas semanales, frente a las 54 pesetas que pujaban por los plegadores y las 50 por los trabajadores de frentes de máquina.
En los actos que a lo largo de 1922 los Libres fueron celebrando en Igualada, a menudo acudían oradores de Barcelona. Incluso el propio Ramon Sales, fundador y presidente de la Corporación General de Trabajadores, Unión de Sindicatos Libres, participó en un mitin. Sus arengas solían dirigirse, generalmente a los obreros curtidores, el sector más revolucionario de la ciudad que masivamente estaba sindicado en la CNT.
Lola Ferrer en un mitin de los Libres
Como el fin de ganar adeptas femeninas a la causa, a veces mujeres sindicalistas de la ciudad condal venían a Igualada. La participación de la conocida oradora anarquista Lola Ferrer, de oficio tejedora, dejó profundo recuerdo entre los igualadinos. Cabe destacar que no era la primera vez que iba a Igualada. Había sido en 1919, entonces para hablar en nombre de la CNT. En sus memorias, el líder cenetista Joan Ferrer menciona como Lola Ferrer fue a la capital del Anoia y afirma que habló en el mitin de los Libres obligada, porque detrás del escenario le estaban apuntando con una pistola. No conocemos nada más sobre este episodio, pero ciertamente resulta extraño pensar que Lola hablase libremente en un mitin de los Libres.
Las fuentes documentales consultadas no nos permiten averiguar el impacto que los Libres tuvieron entre las obreras igualadinas. Sabemos, sin embargo, que en septiembre de 1922 se declararon en huelga 13 trabajadoras de la empresa Boyer. El motivo era la demanda de un aumento salarial; todas estaban afiliadas a los Libres.
El Corporativismo como solución
En abril de 1922 el gobierno del conservador Sánchez Guerra devolvió las garantías constitucionales y liberó a los presos sindicalistas. Entonces, la editorial del Boletín, emitido por la patronal igualadina, informaba que llegaban noticias que en Barcelona el terrorismo volvía a regar de sangre las calles barceloneses, que caían obreros asesinados por otros obreros. Se culpaba a los afiliados del Único, pero también a los del Sindicato Libre. Era evidente que la represión de estos últimos meses no había conseguido acabar con la conflictividad social. Por ello, es de suponer, en el boletín se insistía en que era preciso encontrar unos mecanismos, unos mecanismos legales, que tuvieran la capacidad de encauzar el «problema social» hasta llegar a la armonía de clases.
A pesar de que la patronal igualadina había apoyado una y otra vez la represión llevada a cabo por Martínez Anido, pensaba que no había obtenido ninguna ventaja, dado que los conflictos continuaban. Los dirigentes empresariales afirmaban que se había desorganizado la CNT, pero que otro sindicato, el Sindicato Libre, le tomaba el relevo: «al no tener la simpatía de todos los obreros y porque tiene enfrente el odio de muchos, no viene a satisfaga las aspiraciones sociales de los mismos». De hecho, tenían el convencimiento de que la cuestión social requería un tratamiento diferente, que no sólo era una cuestión de orden público, y que la represión no era una solución suficiente, porque no acababa con la raíz del conflicto. No creían que formando un nuevo sindicato sin nuevas leyes que el regularan pudiera solucionarse la denominada «cuestión social». La patronal percibía que la erradicación de la conflictividad social era un problema que necesitaba una salida de carácter jurídico. Así se entiende su reiteración en pedir una sindicación obligatoria y única y su apelación a la tradición gremial catalana.
Las provocaciones dirigidas a la patronal se fueron haciendo cada vez más patentes. La reacción no tardó en llegar. En el número de abril de 1922, desde la revista de la Federación Patronal de Barcelona, Producción, Tráfico y Consumo, se volvía a insistir en la necesidad de establecer una sindicación única y obligatoria.
La pregunta pertinente sería ¿qué se quería conseguir con esta propuesta? Deshacer la CNT, e incluso los Libres. Estaba claro: se quería otro tipo de sindicatos, unos sindicatos que no fueran de clase. La medida encuadraría a todos los obreros en unos sindicatos no revolucionarios. Al tiempo, articularía a todos los patronos. Evitaría así las diferencias internas, de cuadrar salarios, de levantamiento de locauts… La clave era, no había duda, implantar el Corporativismo.
Por otro lado, el tema de la ordenación de la sociedad del futuro, vertebrada a través del Sindicato, era también el punto de coincidencia de muchos sectores sociales distintos: Tanto los anarcosindicalistas, como la patronal, como los Libres pensaban en el Sindicato como en el futuro sostén articulador de la sociedad y de ahí la lucha y la pugna que se fue generando entre ambos Sindicatos obreros por obtener la prepotencia. Desde el órgano de Los Libros, Unión Obrera, se decía el siguiente:
«Yo afirmo que el Sindicato Libre debe ser la piedra angular donde debe descansar la nueva humanidad consciente y redimida». Era 1922.
(Un trabajo previo a este artículo en Soledad Bengoechea: Les dècades convulses: Igualada com a exemple, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2002.)
13/10/2021
Soledad Bengoechea, doctora en historia, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB y miembro de Tot Història, Associació Cultural.