La filósofa Elizabeth Anderson presenta una breve, sugerente y entretenida disertación sobre historia, filosofía, economía y política en este debate exploratorio sobre los derechos de los trabajadores en Estados Unidos. En la primera mitad, comparte su provocativa visión de que los trabajadores estadounidenses están sujetos a los caprichos de los patrones con una increíble variedad de poderes. En la segunda mitad, invita a sus colegas académicos a criticar su posición. El resultado hará que cualquier trabajador, jefe o analista al que le gusten los argumentos académicos se lo piense dos veces sobre la naturaleza y la justicia del empleo en Estados Unidos.
Ideas fundamentales
- Con una forma de gobierno privado sancionado por el estado, los jefes en EE.UU. gobiernan las vidas de sus trabajadores, pero los trabajadores, los políticos y el público no lo discuten.
- Dos historiadores dicen que esta teoría de Anderson sobrestima el grado de igualdad de la sociedad antes de la Revolución Industrial.
- Un filósofo se pregunta por qué las reglas de los empleadores deben irritar más que las reglas y leyes de los gobiernos.
- Un economista dice que los empleadores no abusan del talento; compiten por él.
- Anderson dice que no afirma que las condiciones de los trabajadores eran ideales antes de la Revolución Industrial.
- Anderson defiende la idea de que los trabajadores estarían mejor si tuvieran voz en la manera en que son gobernados.
- Ella dice que la mayoría de los trabajadores no disfruta de las libertades y la dignidad de las que goza un académico titular, como el economista.

Resumen
A través de una forma de gobierno privado sancionado por el estado, los jefes en EE.UU. gobiernan las vidas de sus trabajadores, pero los trabajadores, los políticos y el público no lo discuten.
Antes de la Guerra Civil Inglesa de mediados del siglo XVII, una sociedad profundamente jerarquizada ponía a la mayoría de las personas bajo la autoridad casi absoluta de un amo, argumenta la profesora Elizabeth Anderson. Los hombres subyugaban a las mujeres. Los nobles o las personas nombradas por la realeza gobernaban el comercio y vastas extensiones de tierra, incluyendo a la gente que vivía allí. Servían al rey, que solo respondía ante Dios. En la misma época en Inglaterra, se inició el fin de la economía feudal y la lenta aparición de una economía más abierta, comercial y de mercado.
“Ejercer la autonomía –dirigirse a sí mismo en las tareas, por muy exigentes e implacables que sean– no es un bien común. Es una necesidad humana básica”.
Este periodo dio lugar al movimiento de los “Niveladores”. Los Niveladores buscaban una mayor igualdad para los pobres y vieron posibilidades en los mercados libres y el comercio. Cada vez más, una clase de “hombres sin amo” se separó de sus señores y se convirtió en pequeños agricultores, artesanos y comerciantes. Los Niveladores creían que poner fin a los monopolios sancionados por la realeza abriría los mercados a comerciantes más independientes. Esto y el libre comercio, pensaron, crearía una oleada de pequeños empresarios y llevaría a los hombres a mayores libertades. Los sueños igualitarios de los Niveladores parecían posibles después de que los rebeldes derrotaran a los realistas y decapitaran al rey Carlos I.
“El discurso público y la filosofía política descuidan en gran medida la omnipresencia del gobierno autoritario en nuestro trabajo y en nuestras vidas fuera del horario laboral”.
Más tarde, el filósofo John Locke abogó por el sufragio masculino casi universal, el libre comercio, los derechos de propiedad, la disminución del poder estatal y eclesiástico, y la abolición de los monopolios. En el siglo XVIII, continúa Anderson, el economista Adam Smith y el pensador estadounidense Thomas Paine argumentaron que los mercados y la manufactura permitían a la gente romper con los amos y mejorar como artesanos o comerciantes. Smith abogó por la abolición de las leyes que concedían la herencia a los primogénitos varones y mantenían la tierra en manos de unos pocos privilegiados. Esto frustraba el surgimiento de los pequeños agricultores independientes y mantenía a mucha gente en la pobreza. Paine abogó por el libre mercado, los derechos a la tierra, la igualdad y las restricciones casi totales al papel del gobierno. Buscó la jubilación universal, los pagos por discapacidad y las subvenciones del gobierno para permitir a los jóvenes obtener una educación o iniciar un negocio.
En Estados Unidos, desde la época de Paine hasta la Guerra Civil, la visión de los Niveladores se hizo realidad cuando los trabajadores –excepto los esclavos– fueron independientes y trabajaban por cuenta propia. Todos los hombres blancos podían votar, los mercados eran libres, los monopolios estaban ausentes y se podían obtener tierras libres. Abraham Lincoln abogó por una sociedad de igualdad de oportunidades que los mercados libres y las concesiones de tierras no podían ofrecer mientras existiera la esclavitud.
“Muchos casos de dependencia de los trabajadores de las empresas surgen de malas decisiones gubernamentales y no directamente de los mercados o de la naturaleza de la relación laboral de la empresa”. ( – Tyler Cowen, economista)
La meta de Lincoln de repartir las plantaciones del sur entre los esclavos recién liberados nunca llegó a buen puerto. La Guerra Civil necesitó y aceleró una economía industrial que Lincoln, Locke, Smith y Paine no habían previsto. Anderson relata que la industrialización cambió el trabajo de la mayoría de los hombres estadounidenses. Antes de llegar a las fábricas y a las líneas de montaje, los trabajadores trabajaban al lado de los empleadores, aprendían de ellos, socializaban y compartían las condiciones de trabajo. La industrialización separó a los propietarios de los trabajadores y dividió las tareas mentales de las físicas. Los trabajadores sufrieron condiciones que sus jefes no experimentaron, incluyendo largas horas de trabajo, tareas peligrosas y restricciones a sus libertades.
“Los trabajadores necesitan algún tipo de voz institucionalizada en el trabajo para asegurar que sus intereses sean escuchados, que sean respetados y que tengan cierta autonomía en las decisiones en el lugar de trabajo”.
Con su carrera por las economías de escala y los costos asociados con la producción, la Revolución Industrial puso fin a las esperanzas igualitarias de un autoempleo masivo. El empleo de trabajadores en estructuras jerárquicas se convirtió en el modelo preferido, por razones de control y eficiencia. Locke, Smith, Paine y Lincoln no anticiparon el surgimiento de los gobiernos privados y los amos de la industria. En Estados Unidos, hoy en día, el “empleo a voluntad” y el papel disminuido de los sindicatos ponen el poder casi ilimitado en manos de los empleadores. Para todos los trabajadores, salvo los altamente calificados, los empleadores tienen una autoridad arbitraria sobre la vida laboral y no laboral de los empleados, lo que deja a los empleados con un solo recurso: renunciar.
“Se nos dice que nuestra elección es entre el libre mercado y el control estatal, cuando la mayoría de los adultos viven completamente su vida laboral bajo una tercera cosa: el gobierno privado”.
Los CEO hacen las reglas, a menudo con un grupo de asesores en la alta dirección. Constituyen una “autoridad estatal” dentro de la empresa. Los directivos pueden “exiliar” –es decir, despedir– a los trabajadores. Los sobornos en forma de promociones, aumentos y otras “zanahorias” pueden proporcionar incentivos para el cumplimiento. El aumento de la hegemonía corporativa fue un tema de discusión muy animado durante la década de 1940, pero ahora es un debate marginal entre los académicos, informa Anderson. A pesar de un mercado laboral en el que más de la mitad de los trabajadores deben someterse a invasiones regulares de la privacidad y millones –incluso las élites– deben firmar acuerdos de no divulgación, que les roban su capital humano, los que están fuera de la academia no discuten el sistema de gobierno privado que domina la vida de tantas personas.
“En el contrato de trabajo (…) los trabajadores no pueden separarse de la mano de obra que han vendido; en la compra de control sobre la mano de obra, los empleadores compran control sobre la gente”.
Pocos trabajadores piensan en el extraordinario poder de sus empleadores. La mayoría está de acuerdo con este sistema de servidumbre por deudas, incluyendo las deudas de la universidad, la falta de dinero y la falta de seguro médico. La deuda impide el trabajo por cuenta propia. Los trabajadores se benefician del sistema, y algunos se levantan para participar en el liderazgo. El estado ha sancionado históricamente la existencia de un gobierno privado. A principios del siglo XX, empresas como Ford Motor Company, por ejemplo, registraban las casas de sus empleados sin previo aviso. Ford castigaba a los empleados que no cumplían con sus reglas de vida, como la práctica de la templanza y el mantenimiento de un hogar limpio.
“La mayoría de los trabajadores son contratados sin ninguna negociación sobre el contenido de la autoridad del empleador, y sin un contrato escrito u oral que especifique los límites de la misma”.
El surgimiento de los sindicatos y la negociación colectiva a mediados y finales del siglo XX controló durante un tiempo el poder de la patronal. Sin embargo, el poder de los sindicatos ha disminuido desde el fin de la Guerra Fría, en la década de 1980. A excepción de los profesores titulares, los trabajadores altamente calificados, los trabajadores autónomos, los principales líderes y los practicantes de élite, como los atletas y los artistas, el 80% restante de los trabajadores solo tiene el exiguo refugio que la ley les proporciona.
“La mayoría de los lugares de trabajo modernos son gobiernos privados”.
Los derechos básicos de antidiscriminación y privacidad pueden detener los abusos atroces, sostiene Anderson, pero los jefes siguen castigando a los empleados que no siguen sus reglas. Bajo el Affordable Care Act, por ejemplo, los empleadores pueden aplicar multas de hasta el 30% de las primas del seguro médico a los empleados que no cumplan con los estándares de bienestar de la empresa. En las ciudades y regiones con alto desempleo crónico, empresas como Walmart y Amazon disfrutan de casi monopolios: se trabaja para ellos, o no se tiene trabajo. El empleo a voluntad significa que los empleadores pueden despedir a los trabajadores por cualquier razón y en cualquier momento, dando a los empleadores el dominio sobre el empleado en el hogar y en el trabajo. Una organización jerárquica de la producción tiene sentido en una economía industrial, pero no explica por qué los empleadores exigen que los trabajadores firmen acuerdos de no competencia excesivamente restrictivos. Excepto en el estado de California, los acuerdos de no competencia impiden que todos, desde los técnicos hasta los panaderos, utilicen tanto sus habilidades como sus conocimientos.
“Alrededor de la mitad de los empleados estadounidenses han sido sometidos a pruebas de detección de drogas por parte de sus empleadores sin sospecha. Millones son presionados por sus empleadores para que apoyen causas políticas particulares o candidatos”.
Anderson pide que se refuercen los derechos de los trabajadores, como los de algunas partes de Europa, que, según ella, podrían corregir el desequilibrio de poder entre trabajadores y propietarios. Sin embargo, Estados Unidos no hace cumplir sus leyes, especialmente para los trabajadores de la base de la pirámide. Una mayor participación en la gobernanza real de las empresas, algo que el 85% de los trabajadores desea, podría ser la mejor y única solución. Para concluir su argumento, Anderson invitó a otros profesores a hacer comentarios.
Dos historiadores dicen que esta teoría de Elizabeth Anderson sobreestima el grado de igualdad de la sociedad antes de la Revolución Industrial.
Los Niveladores, empoderados por la victoria en la Guerra Civil Inglesa, hicieron campaña a favor de una serie de derechos, incluyendo la religión y la libertad de expresión. Su defensa del libre mercado, los derechos de propiedad de la tierra y los derechos de los trabajadores era una preocupación secundaria, dicen los historiadores Ann Hughes y David Bromwich. Argumentan que Inglaterra antes de la Revolución Industrial era menos progresista de lo que Anderson describe. Hasta bien entrado el siglo XVIII, el crédito caracterizaba el comercio; no las actividades entre iguales. Esto favoreció a los ricos y conectados.
La desigualdad era generalizada. Muchos hombres sin amo tuvieron menos oportunidades de ser autosuficientes después de la guerra que antes. La lucha por sobrevivir era lo más importante. Los Niveladores, aunque apoyaban el uso de las tierras comunes por parte de los campesinos por encima de los reclamos de los terratenientes hereditarios, no exigían igualdad para todos, como argumenta Anderson. Por ejemplo, excluyeron a las mujeres y a las personas no blancas. Hughes y Bromwich dicen que Anderson no debería usar la Inglaterra del siglo XVII como ejemplo de una sociedad igualitaria ni culpar a la Revolución Industrial por descarrilar algo que nunca existió.
Un filósofo pregunta por qué las reglas de los empleadores deben irritar más que las reglas y leyes de los gobiernos.
El filósofo Niko Kolodny pregunta por qué las cadenas que le atan como empleado deberían molestarle más que las que le atan como ciudadano. Sostiene que la existencia de las corporaciones favorece los intereses de todos y que las empresas deben controlar a sus empleados para producir de manera eficiente. Sin embargo, lamenta que los patrones pisoteen los derechos de los trabajadores.
Los jefes hacen reglas sin la participación de los empleados, pero muchos de los derechos de los ciudadanos no funcionan dentro de las organizaciones. Por ejemplo, si quiere pasar el día escribiendo poemas, el estado no debería exiliarle, pero si trabaja en McDonald’s, su supervisor tiene el derecho de despedirle por no cocinar hamburguesas. Anderson defiende el autoempleo como una panacea, pero los trabajadores autónomos independientes sufren los caprichos del mercado, los plazos y otras presiones que los mantienen bajo el yugo.
Un economista dice que los empleadores no abusan del talento; compiten por él.
El economista Tyler Cowen argumenta que Anderson va demasiado lejos al etiquetar las condiciones de los empleados estadounidenses como tiranía. Si a los trabajadores no les gustan sus condiciones de trabajo, pueden renunciar. Esto ejerce presión sobre los empleadores para que mejoren las condiciones de trabajo, la remuneración y otros beneficios. En los casos en que dejar de trabajar supone una carga para un trabajador, la culpa es del gobierno, que ofrece muy poco apoyo a los desempleados.
“El deseo de atraer y conservar el talento es la razón principal por la que las empresas tratan de crear atmósferas agradables y tolerantes para sus trabajadores”. ( – Tyler Cowen, economista)
Anderson cuestiona el alcance de la capacidad de los empleadores para despedir a los trabajadores. Si los gerentes retienen a un ejecutor pobre, a un racista, a un mentiroso o a otro transgresor, evitan que esa persona sea despedida, pero perjudican a otras personas, incluyendo a los consumidores, accionistas y compañeros de trabajo. Cowen dice que Anderson no considera suficientemente esta preocupación. Sostiene que, para atraer y retener el talento, los empleadores deben competir. Ofrecen libertades, beneficios y otros incentivos para ganar y conservar el talento. Pocas pruebas respaldan la noción de abuso de poder generalizado.
Anderson dice que no afirma que las condiciones de los trabajadores eran ideales antes de la Revolución Industrial.
Para responder a los historiadores Hughes y Bromwich, Anderson dice que la ideología de los pensadores del libre mercado, desde Locke hasta Lincoln, favorecía las reformas que liberarían a los esclavos, a los sirvientes atados a cumplir contratos forzosos y a los trabajadores asalariados. Imaginaron los mercados emergentes de Estados Unidos y sus interminables tierras como vehículos para elevar a la mayoría de los hombres al autoempleo. Anderson reconoce que no estuvieron cerca de lograr este ideal. Estos pensadores se equivocaron en primer lugar al definir la igualdad como un objetivo adecuado solo para los hombres blancos y, en segundo lugar, al no anticipar la Revolución Industrial ni el rápido agotamiento de las tierras libres.
Anderson sostiene que los trabajadores estarían mejor si tuvieran voz en la manera en que son gobernados.
En respuesta a Kolodny, el filósofo, Anderson argumenta que, en las democracias, las personas tienen agencia y dignidad. Aquellos que hacen las leyes deben ganarse sus votos y respetar las mismas leyes. En el trabajo, los jefes no responden ante nadie. La mayoría de los empleados no tiene autonomía sobre su tiempo o trabajo, o tranquilidad psicológica o dignidad. Por ejemplo, Amazon despoja a los trabajadores de los almacenes de autonomía y estatura. Los trabajadores toleran condiciones inseguras, renuncian a sus derechos a demandas por lesiones en el lugar de trabajo y sufren despido por faltar al trabajo debido a lesiones relacionadas con el trabajo. La democracia en el lugar de trabajo quizá puede resultar poco práctica, pero la sociedad puede, y debe, encontrar un mejor equilibrio.
Anderson dice que la mayoría de los trabajadores no disfruta de las libertades y la dignidad de las que goza un académico titular, como el economista.
Anderson acusa a Cowen de ejercer una ceguera deliberada al predicar el evangelio del capitalismo desde su privilegiada posición en la academia. Ella dice que millones de personas en industrias como el servicio de alimentos, la agricultura, la manufactura y la venta al por menor se enfrentan a opciones sombrías. Anderson afirma que Cowen utiliza un argumento engañoso –el de que el modelo europeo de participación de los empleados a nivel de la junta directiva no funciona en Alemania– para descartar toda la idea. Ella dice que el modelo sí funciona en Alemania, para los trabajadores. La democracia podría ir demasiado lejos en el lugar de trabajo, y la eficiencia corporativa podría requerir jerarquías. Anderson mantiene que Estados Unidos necesita un sistema al estilo europeo que dé a los trabajadores una voz real en el lugar de trabajo.
Sobre la autora
La profesora Elizabeth Anderson enseña e investiga filosofía moral y política y derechos de la mujer en la Universidad de Michigan.